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sábado, 1 de mayo de 2010

Cuento: Epidídimo

No me lo aguanto. No entiende que ya no puede engañarme. Qué hace ahí tendido leyendo mis originales como si fuera lo más interesante que le pueda estar ocurriendo en estos momentos. Sé que no le importa, pero él necesita que yo crea que sí, que ese texto que finge leer es vital para su espíritu por el amor que me tiene.



Pero ahora sé, ahora veo.

Lo único vital es que yo suponga que lo lee, porque le convengo.

Preguntarme el significado de una palabra que ni siquiera figuró en mi cabeza es lo peor que pudo pasar entre nosotros. Epidídimo. Juro por los santos evangelios en los que no creo que ignoraba esa palabra. De manera que, mientras él sigue la trama de mi novela yo busco qué significa epidídimo.

Y sé que esto se acaba y para siempre.

¿Qué hago yo al lado de él? Simple: ver de qué manera mover las piezas de este juego morboso como para no salir tan dañada. ¿Dañada? ¿Por qué? Por culpa de los radioteatros, por culpa de lo que el viento se llevó pero nunca me devolvió nada de lo que se llevó, por las lágrimas derramadas en algo para recordar…¿recordar qué por Dios, qué?, pero yo lloraba igual mientras masticaba chicle o caramelos alpinos. Y creía que la vida eran esos besos de Debora Kerr y Gary Cooper o quien fuere. La inocencia y la frescura de mis sentimientos funcionaron en mi contra. ¿Por qué le creí cuando me dio aquel ramito de fresias? Cómo no asocié que justo esa mañana tenía que salirle de garantía para un préstamo que aún me debe?. No podía saberlo porque su gesto, su manera de mirarme eran los de alguien que ama más allá de la vida y la muerte. El abrazo de las fresias selló la deuda y mi condena. Todavía estoy pagando por eso. A partir de ahí algo amenazante se instaló en mi hipotálamo. Cada vez que amanecía en él un gesto de espontáneo amor mi cabeza entraba a asociar. Era casi una cuestión matemática, cada estrategia amorosa iba precedida o antecedida por una demanda que sólo yo podía satisfacer. No quería ver como era él. Me era más divertido vivir con lo que imaginaba que era. Y lo extraño es que él se movía en la vida en el sentido exacto de mi imaginación. Cuando advertía en mi mirada un destello de desconfianza actuaba de inmediato y con tal seguridad que la que se sentía insegura era yo y entraba a replantear mi manera de pensar, porque cómo podía ser tan injusta en suponer tal o cual cosa de un ser tan pero tan extraordinario como él. ¿O no lo era cuando me abrazaba en el punto de la angustia que uno tiene a veces? Tenía un radar para adivinar cuándo estaba hecha pedazos. Y no le importaban las razones, quería demostrarme que él podía con esa angustia, que por el sólo hecho de estar ahí, yo recobraba mi paz y mi cabeza. Se equivocó. Mi cabeza empezó a funcionar un día cualquiera empujada por fortísimas intuiciones. Me di cuenta de que para obtener la satisfacción de sus necesidades me decía todo lo que esperaba que alguien me dijera .Intentaré ser clara. Si un borrador no estaba muy bien me decía: ¡querida, esto es perfecto! y yo sabía perfectamente que no era perfecto. Y me seducía con las largas y entretenidas polémicas sobre el tema e incluso aportaba ideas para que pudiera mejorar el texto. ¡Yo era tan feliz! Porque no hay nada que me dé más placer en este mundo que todo lo que se relacione con el arte en cualquiera de sus manifestaciones. Hasta que le descubrí haciendo palabras cruzadas, es decir, él estaba echado en la cama con un almohadón, tenía abierto entre sus manos un original de 700 páginas que había terminado la noche anterior y que debía corregir. Marcaba y hacía anotaciones. Desde la ventana veía la excesiva atención con que leía el texto. Me dije que era injusta y desconsiderada con alguien que dispensaba su tiempo en leerme. Fue cuando me preguntó qué significaba epidídimo y ahí caí en la cuenta de que no me estaba leyendo. Miré el campo reverdecido y decidí esperar. Mientras lo hacía, empecé a asociar las incontables veces en que mis borradores pasaban por sus manos y me devolvía una crítica superficial, incluso hubo veces en que caía en contradicciones tales que me hacía suponer que no había leído nada o se le había confundido algo en la cabeza. Empecé a atar cabos y me di cuenta de que jamás me había leído y que cuando hablábamos de mis novelas sus deducciones surgían de las charlas y no de la lectura.

Ese fue un golpe mortal para mí.

Querida –dijo-esta novela es sencillamente maravillosa. No hay nada que tocar. Estoy tan orgulloso de vos. ¿Pero, no sabes qué quiere decir epidídimo?

Órgano con aspecto de madeja u ovillo situado sobre cada uno de los testículos y constituido por la reunión de los vasos seminíferos, contesté.

¡Querida, sólo vos podés crear un personaje que utilice esa palabra, sos, sencillamente maravillosa!

Silvia Braun

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