Acerca de mí

sábado, 1 de mayo de 2010

Cuento: Esa mujer






ESA MUJER
De Silvia Braun para Silvia Braun
Ella, está ahí.
Yo, en cambio, estoy en la cima del mundo en una actitud contemplativa y serena. Al temperamento furioso que me acompañó toda la vida, esta mujer que se mueve suavemente, que mira a través de todas las ventanas el escenario del mundo, me sorprende. Esta mujer que besa la frente de un cadáver y minutos después entra a la peluquería, esta mujer que se consume en deseos inconfesables, que lo admite todo, que lo entiende todo, la verdad es que me sorprende. Parece que continuamente viviera con una doble que además de ser yo misma es a la vez una real desconocida que se sienta a conversar conmigo, que comparte mi cama, bebe de mi copa, es una sombra de mí misma que me a-sombra. ¿Quién es quién? ¿Ella o yo? Ella siente y vive y se ríe a carcajadas de mí, que amordazo todo lo que siento y lloro ante su mirada impasible y no es capaz de consolarme ,sino que se queda ahí, quieta, con una mirada inquisitiva, irónica, mordaz.
Ella es capaz de todo, yo no.
La veo desnuda sobre un campo de ortigas, inmutable; veo sus senos y el cerco luminoso de sus pezones rosados; veo su pubis que no es angelical, veo las columnas indecentes de sus muslos abiertos, veo la curva de su espalda, la sinuosa colina de sus nalgas, veo la largura de sus piernas, el arco de sus pies y sus uñas de nácar, pero lo peor, lo que más me desconcierta es que vive todo lo que piensa y siente.
La vi en una tarde de lluvia, en plena calle San Martín, a la hora del crepúsculo, se había rapado la cabeza y era visible su cuello de mármol, los ojos eran dos mantos azules, la boca roja desdibujaba el trazo originario y parecía una mueca imitando una sonrisa. Lo que me sorprendió es que de sus manos colgaban dos cadenas y se movía entre la gente con una naturalidad tan asombrosa que nadie la miraba a pesar de estar desnuda.
Después descubrí que era ella la que impedía la mirada de los otros porque poseía una libertad tan ilimitada que la frontera era un horizonte que se perdía en el instante preciso en que uno no puede saber si es el inicio del cielo o del infierno que, por otra parte, para ella eran sinónimos.
Tiene una locura tan normal, que nada la sorprende. Aparta con una sonrisa todo aquello que le molesta, guarda su tiempo en una caja de vidrio y lo comparte o lo pierde con quien y como quiere.
A veces se abstrae de todo y entonces se me parece. Es cuando queda quieta, tan quieta, que puede pensarse que está muerta. Hace una curva con el cuerpo, junta las rodillas con el pecho y su desnudez desaparece y sólo es visible su tristeza. Lo advierto porque llora y lo hace tan suavemente, que del ángulo azul de su ojo nace una línea traslúcida y acuosa que en nada se asemeja a una lágrima, pero yo sé que lo es. Para entonces, escucha voces humanas que unidas en un coro cantan la tristeza del mundo. Creo que es esto lo que la conmueve, lo que la lastima. Entonces hace un esfuerzo, se levanta y observa el límite del universo a través de la ventana. Después me mira y me dice todo lo que no soy capaz de vivir aunque sí, de sentir, pero que nunca me perdonará la diferencia.
Ella es la loca, yo la normal; ella vive, yo siento.
A veces me abraza y al unirnos, el ojo de una lechuza nos ilumina, me toca el pelo, me besa los ojos, la boca; sus manos se detienen apenas en la curvatura de mis hombros; sus ojos inciertos bajan hasta mis pechos. Entonces la aparto suavemente para que no me ame, para que no me bese, para que no me toque, para que no me saque de mi apariencia de muerta. Dejo de escuchar la tristeza del mundo, me alejo de la ventana que marca la frontera porque sé que ella está afuera, desnuda, expuesta, puedo verla con los ojos cerrados, y escuchar su carcajada de loca y no sé si quiero salir, seguramente tengo miedo de que se caiga la máscara que oculta mi tragedia y atraviese el aire que me asfixia y la encuentre a ella, ahí afuera, muriéndose de risa.

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