Acerca de mí

sábado, 3 de julio de 2010

No cualquiera puede




Para Alejandra Gianello

La encontré al filo de la luna, entre pacíficos metales y óxidos rutilantes. Bajaba una pendiente que diariamente la conduce al borde.
Pero ella no lo ve.
Tiene en los ojos dos pedazos de cuarzo, y sus manos pequeñas de uñas casi ralas transforman el barro en preciosismo.
Tiene una virtud en la voz o en la palabra. Pronuncia tiles, y todo se transforma en paredes de cobre, dice candil y la pared atravesada por una humedad rabiosa reluce entre las sombras de la tarde como una pieza gótica.
Cómo hacía para vivir era un misterio de su cabeza.
Sólo en esa intimidad de tejidos y neuronas una persona podía abandonar el pasado de tibiezas y lienzos para quedar dividida en pedazos de destierro y abandono.
¿Era una exiliada?
Quién podía asegurarlo si, en lugar de una mujer abatida por la precariedad, vi la imagen perfecta de una aristócrata, risueña y plácida en medio de una línea de tierra y agua con una luna interminable encima del paisaje. La rodeaban casas de adobe, con verjas hechas al qué me importa, empalizadas quebradizas y una vegetación desordenada, selvática ,pero a la vez organizada en la línea de hojas secas y amarillas que nadie barría ni acomodaba ni juntaba.
El desorden vegetal era una obra de arte.
La casa, en declive, tenía ventanas del color de las manzanas verdes, y adentro un jaleo de piezas a las que ella denominaba “únicas”. Y la palabra en su boca me recordó los cuadros de Van Gogh y uno podía ver la solitaria silla, el saco colgando de un clavo, su cama solitaria, los eternos girasoles, sus ocres y amarillos.
La vi andar y desandar los caminos, equivocar el rumbo, la vi con los párpados caídos de no saber por dónde ni para qué ni cuándo, pero también la vi con los ojos desmesurados y abiertos descubriendo la sorpresa de volver a vivir después de haber vivido.
Ahora era otra.
La anterior se movía entre partituras y atriles, disponía la mesa para la familia tratando de encontrar la clave de la perfecta melodía, del acuerdo entre el círculo y el cuadrado.
No la entendieron.
No pudieron o no quisieron.
Creo más bien lo primero porque no cualquiera puede sentir en la palma de la mano los crujidos de las hojas y el rumor del viento norte.
Sus paredes estaban forradas de libros que leía con avidez porque saber era para ella el principio y el fin último de todas las cosas.
Aquella otra parió, abrazó y contuvo , se movía estirando los pliegues, escudando los rincones, fue estatua de piedra con la fragilidad de un pez.
No la vieron.
No pudieron o no quisieron.
Creo más bien lo primero porque no cualquiera puede transformar las palomas y las violetas, se necesita cierto néctar en la boca para degustar la mirada y el tacto.
No supe de las sucesivas transformaciones de aquella otra, lo que sí, ésta que se mueve con tanta naturalidad entre alas de palomas y el cacareo de las gallinas me recuerda el vuelo sin par de las gaviotas.
No sé cuándo dejaron de interesarle las coordenadas perfectas para hacer sonar al aire las campanas de una libertad que ejerce sin consejos ni reproches.
Ya no se atreven a condenarla por la sencilla razón de que fue desnudándose de la culpa inicial que la marcó para siempre en el verde total de sus pupilas.
Y si la condenan, ella, se lava desnuda en el río que le corre ahí nomás.
Y si la olvidan, camina por el borde y se cuelga de la luna.
El ladrido de los perros en la noche le confirman que ahora es ella.
Sin teoremas.
Sin hipótesis.
Sin necesidad de demostraciones.
Ella se ha edificado con los pedazos de chamote que encuentra metiendo las manos en el río para hacer después el amasado y sus tiles o sus pìezas únicas.
No cualquiera puede hacerse estatua de sal con los despojos.
Gracias por existir Alejandra.

Un 5 de junio , caía la tarde, un lío para llegar, te dije sacá un pañuelo para encontrarte. Corre el 2009 y soy feliz porque te vi así, de esa manera.

No hay comentarios: