Acerca de mí

domingo, 25 de julio de 2010

Mi poesía:8





Mi pupila se enciende
Después de haber espiado
Cómo tu espalda se arquea
Sobre mi silencio.
Mi sangre lucha
Y se divide
Mientras
En vano
Me recorres.

sábado, 24 de julio de 2010

Mi poesía: 5





Amaso la mitad de la mujer
Que me mira.
La nazco de barro
Con ojos de topacio
Y boca de cencerro.
La modelo una vez más.
Acabo el filo de sus cejas
El ángulo izquierdo del ojo.
El barro reluce.
Mis manos estallan
Sobre sus senos
Arqueo su cintura
Envuelvo el pubis
La cadera
Las columnas de sus muslos
Encadeno los tobillos.
El barro cruje
Se parte
Se resiste
Se encabrita.
El cuerpo se tensa
Se endurece
Se retuerce.
Y me decido.

martes, 20 de julio de 2010

Mi poesía:43




Hasta
que no me desnudes
seré otra.

Mi poesía:31



Pulso la geometría de tu cuerpo
Indefensa
Ante la infinita
Dimensión de la soledad.

viernes, 16 de julio de 2010

Mi poesía:27





No quiero resignar
La infinita posibilidad
De ondular mi espalda
Sobre el vientre del mundo
Y espiar al único ojo
Que agita
Sobre mis párpados
La urgencia
Que te nombra.

jueves, 15 de julio de 2010

Mi poesía:40





Hay una sombra
En mi memoria
Que oficia su eterna reverencia
En el vacío exacto
De la herida.

Mis cuentos:Eunice




A todos aquellos que señalan con el dedo y no entienden nada o tienen miedo Tendrían que saber de qué y por qué. Al que le quepa el sayo ,pues ,que se lo ponga...



No quiero que te juntes más con esa chica.
Por qué.
Porque no me gusta.
Eunice es buena.
No basta, tiene algo raro, no quiero que estés con ella- dijo mi madre.
Eunice era rara, sí. De lejos no se sabía si era hombre o mujer..
Así que ya sabés.
Sí, mamá. No voy a pasar más la tarde con ella, le diré que no venga más a casa, que no hable más por teléfono, yo tampoco iré , qué más querés.
Que te la saques de la cabeza.
No podía, porque Eunice estaba en mí todo el tiempo, Desde el día que la crucé en el patio de la escuela y me clavó una mirada azul y me sentí protegida no sólo de mi madre sino del mundo.
Me llamó la atención su manera de caminar, decida y varonil, la forma de sostener el cigarrillo me recordaba a mi padre, todo en ella era extraño, no había formas de mujer.
Cómo te llamás, me preguntó.
Dolores.
Se te nota.
Qué.
Los dolores.
Adónde.
En todo.
Era verdad. Mi madre me dolía con su dureza, con su lejanía, con sus enojos de todos los días, cualquier cosa la sacaba de quicio. Pienso que fue desde que se separó de papá y yo pasé a ser una pelota que iba de arco a arco, en uno estaba ella y en el otro, él.
Si cuando estaban juntos la vida era un infierno, desde que se divorciaron fue peor, por lo menos para mí. Yo les molestaba a los dos. Así que mi niñez y mis primeros andares en la adolescencia estaban llenos de temblores , de pequeños miedos , de una piedrita que me apretaba el corazón sin que hubiera una mano caricia.
Fue cuando apareció Eunice.
Bastó que me mirara para saber que quería estar con ella siempre.
Mitad hombre, mitad mujer. O como las leyendas que nos contaba la profesora de Historia donde había mujeres con cola de pez y ojos de palomas que a la hora de los fuegos se transformaban en halcones.
Mi madre la agredía con palabras que se estrellaban contra una Eunice silenciosa que se apoyaba en la puerta de mi casa para preguntarme cómo estás y yo entonces le contaba.
No entendía por qué Eunice podía ser un peligro para mí. ¿Peligro de qué y por qué?
No te das cuenta cómo es gritó mi madre.
Pensé que no era culpable de su altura descomunal, de sus hombros cuadrados, de la falta de senos, de sus caderas estrechas y sin formas, de la nuez de Adán que sobresalía de su cuello. Nunca se le vieron las piernas y en el colegio se corrió la voz de que había nacido llorando y que tenía una enorme cicatriz que iba desde el talón hasta la cintura y que esa era la razón por la cual no usaba polleras.
Y tené cuidado porque te va a llevar por mal camino.
A los doce años lo único que se desea es el amor y yo no tenía nada .Y nadie me explicó cómo era un mal camino. Tampoco me dijeron cómo era el bueno.
Mi madre amenazó: te voy a llevar a un psicólogo porque cuando te llamó anoche por teléfono yo escuché.
Que escuchaste mamá.
Cómo cambiaba tu voz, ¿sabés, lo que parecías?
No.
Una mujer enamorada o no te das cuenta de lo que te pasa. Ya mismo voy a hablar con el psicólogo.
Hola doctor.
Hola Dolores.
Querés contarme.
No sé qué doctor, mi madre odia a Eunice porque dice que se parece a un hombre Y que yo estoy enamorada de ella. Amenaza con encerrarme pupila, y hablar con la directora.
Y vos, que sentís.
Que me duele el corazón, tengo una piedra acá doctor, un peso y cuando Eunice me escucha me saca la piedra.
Con sólo escucharte.
Con estar cerca, nada más que eso .
Y qué es estar cerca para vos.
No lo puedo explicar , pero la necesito y ella también. Mi madre me tortura con cosas que no entiendo pero me asustan.
Tranquila Dolores. Hablaré con ella.
No entiende doctor. No escucha.
¿Qué me pasa doctor, qué tengo?
Un corazón que galopa.
Y qué hago.
Déjalo andar.
Y me fui.
Mi madre siguió con sus amenazas y sus insultos.
Con Eunice tocamos la piel de los árboles, remontamos un barrilete hecho con plumas verdes, pusimos una naranja azul sobre un mantel blanco, caminamos calles largas tomadas de la mano, me dijo que nunca había querido a nadie como a mí, y que al igual que yo, tampoco podía entender.
En el colegio nos empezaron a mirar como si fuéramos una peste. Nos echaron.
Mi madre acusó a Eunice Miranda de homosexual.
A pesar de las amenazas, Eunice me siguió esperando en la puerta de casa para preguntarme siempre lo mismo.
Y el tiempo pasaba entre rugidos y silencios.
Han pasado quince años desde que me dijo te quiero.
Mi madre me echó tan sólo porque una tarde cerré la puerta de la casa y abrí una ventana que da al mar para mirar cómo Eunice Miranda suelta globos azules entre las olas.
Silvia Braun

miércoles, 14 de julio de 2010

Mi historial de vida: fragmento 2


Soy obstinada. En aquellos días terribles en donde tenía que resolver la cuestión de los dólares hubiera resultado más fácil tomar el teléfono y decirle al profesor Larsen que por favor hiciera las cuentas por mí , pero no, puse mi energía y la masa gris disponible en llenar hojas y más hojas con mi fabuloso lápiz de grafito en jornadas interminables donde al convertir los dólares en pesos el resultado fue no sólo inexplicable sino excesivo.
Fue justamente el exceso lo que me hizo consultar a Larsen.
Es bueno ser obstinada y excesiva. Pero no para estos casos.
La calculadora era un objeto inútil y mi cerebro más inútil aún.

Volviendo a las amígdalas, al avanzar en la lectura supe que eran dos bolsitas a los costados del cerebro y que posiblemente fueran las culpables de que tuviera tantos problemas.
Llegar a la mitad de la vida para descubrir esto me parecía penoso.
No recordaba que en el colegio me hubieran enseñado que, además de las dos amígdalas ubicadas en la garganta, poseíamos otras dos, una a cada costado del cerebro y que eran las responsables de todo lo que me ocurría sobre todo en la parte emocional, en mi ceguera emotiva.
Por fin había encontrado un culpable.
Todos mis desaciertos obedecían a una falla en las comunicaciones cerebrales porque hay un atajo desde el tálamo hasta la amígdala que evita la neocorteza y entonces saltan los fusibles.
Imaginaba una torre eléctrica cruzada por interminables y complicados cables que no entraban en contacto en el momento justo y eran responsables de mis desaciertos.
Mi cabeza y mi corazón no se entendían.
Mi razón cabalgaba por un lado y mis sentimientos por otro.
Cuanto más eficaz uno, más ineficaz el otro.
Inexplicablemente era feliz.

Mi poesía: 37






Hay alguien
Detrás del muro
Su sombra
Me devora
Y desaparezco.
Como al principio
De los tiempos.

Mi poesía:14






















Ardió tu nombre
Mi piel resplandeció
Y modelé
Tu máscara .

jueves, 8 de julio de 2010




Contra el muro de piedra
Vi el verde de tus ojos
Bajé los párpados
Para no ver.
La piedra se hizo muro
Y se acostó a mi lado
Para siempre.

domingo, 4 de julio de 2010

Mi poesía: Magia













Desmesura
es la magia
de tus ojos
girados
hacia el centro
de la luna
apenas un gemido
audible
en el verde tiempo
del abrazo.
Yo, apenas
soy la palabra
que me nombra.

Mi poesía 1


1

Dormitan barcazas
Sobre espumas de agua brava.
Dijo:
El tigre del insomnio me despierta
Navego tus pestañas
Y el borde vidrioso de tus muslos.
Un viento de sal
Pega en la orilla del recuerdo
Y sus manos como brasas
Encienden mi piel
Como si nada.

sábado, 3 de julio de 2010

Please


Espérenme...
Síganme...´¡no los voy a defraudar!!!
Estoy escribiendo a los tiros una novela que ya ,ya la termino.
A la par estoy esculpiendo un desnudo de 50 cm.
A la vez escucho música y destapo una Budweisser.
Por calle Avellaneda los pájaros se posan en la ventana y ven mis manos tercas sobre la materia incierta.
Picotean los vidrios, me anuncian que afuerita nomás está el sol y que hay que festejar la vida.
Me lo dicen justito que la esteca concibe la forma tristísima de una mirada.
Se van.
Pero sé que volverán, mañana.

No cualquiera puede




Para Alejandra Gianello

La encontré al filo de la luna, entre pacíficos metales y óxidos rutilantes. Bajaba una pendiente que diariamente la conduce al borde.
Pero ella no lo ve.
Tiene en los ojos dos pedazos de cuarzo, y sus manos pequeñas de uñas casi ralas transforman el barro en preciosismo.
Tiene una virtud en la voz o en la palabra. Pronuncia tiles, y todo se transforma en paredes de cobre, dice candil y la pared atravesada por una humedad rabiosa reluce entre las sombras de la tarde como una pieza gótica.
Cómo hacía para vivir era un misterio de su cabeza.
Sólo en esa intimidad de tejidos y neuronas una persona podía abandonar el pasado de tibiezas y lienzos para quedar dividida en pedazos de destierro y abandono.
¿Era una exiliada?
Quién podía asegurarlo si, en lugar de una mujer abatida por la precariedad, vi la imagen perfecta de una aristócrata, risueña y plácida en medio de una línea de tierra y agua con una luna interminable encima del paisaje. La rodeaban casas de adobe, con verjas hechas al qué me importa, empalizadas quebradizas y una vegetación desordenada, selvática ,pero a la vez organizada en la línea de hojas secas y amarillas que nadie barría ni acomodaba ni juntaba.
El desorden vegetal era una obra de arte.
La casa, en declive, tenía ventanas del color de las manzanas verdes, y adentro un jaleo de piezas a las que ella denominaba “únicas”. Y la palabra en su boca me recordó los cuadros de Van Gogh y uno podía ver la solitaria silla, el saco colgando de un clavo, su cama solitaria, los eternos girasoles, sus ocres y amarillos.
La vi andar y desandar los caminos, equivocar el rumbo, la vi con los párpados caídos de no saber por dónde ni para qué ni cuándo, pero también la vi con los ojos desmesurados y abiertos descubriendo la sorpresa de volver a vivir después de haber vivido.
Ahora era otra.
La anterior se movía entre partituras y atriles, disponía la mesa para la familia tratando de encontrar la clave de la perfecta melodía, del acuerdo entre el círculo y el cuadrado.
No la entendieron.
No pudieron o no quisieron.
Creo más bien lo primero porque no cualquiera puede sentir en la palma de la mano los crujidos de las hojas y el rumor del viento norte.
Sus paredes estaban forradas de libros que leía con avidez porque saber era para ella el principio y el fin último de todas las cosas.
Aquella otra parió, abrazó y contuvo , se movía estirando los pliegues, escudando los rincones, fue estatua de piedra con la fragilidad de un pez.
No la vieron.
No pudieron o no quisieron.
Creo más bien lo primero porque no cualquiera puede transformar las palomas y las violetas, se necesita cierto néctar en la boca para degustar la mirada y el tacto.
No supe de las sucesivas transformaciones de aquella otra, lo que sí, ésta que se mueve con tanta naturalidad entre alas de palomas y el cacareo de las gallinas me recuerda el vuelo sin par de las gaviotas.
No sé cuándo dejaron de interesarle las coordenadas perfectas para hacer sonar al aire las campanas de una libertad que ejerce sin consejos ni reproches.
Ya no se atreven a condenarla por la sencilla razón de que fue desnudándose de la culpa inicial que la marcó para siempre en el verde total de sus pupilas.
Y si la condenan, ella, se lava desnuda en el río que le corre ahí nomás.
Y si la olvidan, camina por el borde y se cuelga de la luna.
El ladrido de los perros en la noche le confirman que ahora es ella.
Sin teoremas.
Sin hipótesis.
Sin necesidad de demostraciones.
Ella se ha edificado con los pedazos de chamote que encuentra metiendo las manos en el río para hacer después el amasado y sus tiles o sus pìezas únicas.
No cualquiera puede hacerse estatua de sal con los despojos.
Gracias por existir Alejandra.

Un 5 de junio , caía la tarde, un lío para llegar, te dije sacá un pañuelo para encontrarte. Corre el 2009 y soy feliz porque te vi así, de esa manera.