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miércoles, 14 de julio de 2010

Mi historial de vida: fragmento 2


Soy obstinada. En aquellos días terribles en donde tenía que resolver la cuestión de los dólares hubiera resultado más fácil tomar el teléfono y decirle al profesor Larsen que por favor hiciera las cuentas por mí , pero no, puse mi energía y la masa gris disponible en llenar hojas y más hojas con mi fabuloso lápiz de grafito en jornadas interminables donde al convertir los dólares en pesos el resultado fue no sólo inexplicable sino excesivo.
Fue justamente el exceso lo que me hizo consultar a Larsen.
Es bueno ser obstinada y excesiva. Pero no para estos casos.
La calculadora era un objeto inútil y mi cerebro más inútil aún.

Volviendo a las amígdalas, al avanzar en la lectura supe que eran dos bolsitas a los costados del cerebro y que posiblemente fueran las culpables de que tuviera tantos problemas.
Llegar a la mitad de la vida para descubrir esto me parecía penoso.
No recordaba que en el colegio me hubieran enseñado que, además de las dos amígdalas ubicadas en la garganta, poseíamos otras dos, una a cada costado del cerebro y que eran las responsables de todo lo que me ocurría sobre todo en la parte emocional, en mi ceguera emotiva.
Por fin había encontrado un culpable.
Todos mis desaciertos obedecían a una falla en las comunicaciones cerebrales porque hay un atajo desde el tálamo hasta la amígdala que evita la neocorteza y entonces saltan los fusibles.
Imaginaba una torre eléctrica cruzada por interminables y complicados cables que no entraban en contacto en el momento justo y eran responsables de mis desaciertos.
Mi cabeza y mi corazón no se entendían.
Mi razón cabalgaba por un lado y mis sentimientos por otro.
Cuanto más eficaz uno, más ineficaz el otro.
Inexplicablemente era feliz.

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